EL PROPÓSITO DE LA LEY

TEXTO ENSEÑANZA : GALATAS 3 :18 AL 23                                                                                                    TEXTO DE MEMORIA :DEUTERONOMIO 31:26

Versículo 18, de este capítulo 3, de la epístola a los Gálatas leemos:

"Porque si la herencia depende de la Ley, ya no depende de una promesa; pero Dios se la concedió a Abraham por medio la promesa".

La promesa relacionada con Cristo fue hecha antes de que la Ley de Moisés fuera entregada, y esa promesa fue tan válida como si no se hubiera dado la Ley. La promesa fue hecha independientemente de la Ley. Entonces surge una pregunta: ¿por qué fue dada la Ley? ¿Cuál es su valor? Ahora, no hay que pensar que Pablo estaba quitándole importancia a la Ley. Más bien, estaba tratando de ayudar a la gente para que entendiese el propósito de la Ley. Pablo presentó a la Ley en toda su majestad, en su plenitud y en su perfección. Pero también mostró que esa misma perfección de la Ley revelaba la razón por la cual creaba un obstáculo que usted y yo no podíamos superar para ser aceptados por Dios.

Veamos ahora lo que dijo Pablo al explicar el propósito de la ley, comenzando aquí en el versículo 19, de este capítulo 3:

"Entonces, ¿para qué fue dada la Ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a quien fue hecha la promesa; y fue dada por medio de ángeles en manos de un mediador".

Tomemos nota de la pregunta que se hizo al principio, ¿para qué sirve la ley, cuál es su valor? Él estaba aclarando que fue algo añadido. Fue añadido por causa de las transgresiones, es decir, para poner de manifiesto la desobediencia de los seres humanos.

El versículo continúa diciendo hasta que viniera la descendencia. Esta pequeña palabra "Hasta" es importante por sus implicaciones temporales. Indica que la Ley era temporal. La ley fue dada simplemente para el intervalo de tiempo comprendido entre Moisés y la época de Cristo. Como bien declaró Juan en su Evangelio 1:17, "porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo". Así que es importante destacar que la Ley era temporal hasta que llegara esa descendencia que era Cristo.

La ley fue añadida, como dice el texto Bíblico, a causa de las transgresiones. Fue dada para revelar y no para remover el pecado. No fue dada para preservar al hombre del pecado, porque el pecado ya había llegado, ya estaba presente en la humanidad. Le ley vino para mostrar la realidad del ser humano como un perverso pecador por naturaleza ante Dios. Cualquier persona que sea sincera podrá contemplarse a sí misma a la luz de la Ley y verse culpable. No fue dada como una norma por medio de la cual el ser humano puede alcanzar la santidad. Estimado oyente, por ese medio usted nunca logrará vivir una vida santa porque, en primer lugar, usted no puede cumplir los principios de la Ley por sus propias fuerzas.

Muchos piensan que un individuo se convierte en pecador cuando comete un acto pecaminoso, o sea, que es una buena persona hasta que se malogra, hasta que fracasa, y cometa un pecado. Esto no es cierto. Precisamente es por ser ya un pecador, que comete un pecado.

En realidad el pecado forma parte de nuestra naturaleza, de nuestra manera normal de ser en nuestros pensamientos, en nuestra conducta y en nuestras palabras. Incluso podemos comprobarlo en la vida cotidiana, por ejemplo, en el asunto de la mentira. El ser humano miente porque es mentiroso por naturaleza. La mentira se introduce en nuestro lenguaje de forma natural, a veces incluso inconscientemente, parece que hay una tendencia a mentir en detalles irrelevantes como, por ejemplo, al saludar a alguien, al expresar la forma en que nos sentimos, sobre nuestro estado de ánimo, en opiniones y, a veces, nos justificamos a nosotros mismos cuando debemos mentir en asuntos de mayor importancia, pretendiendo evitar un mal mayor. Y todo ello porque tenemos una naturaleza caída. Por ello, la Ley fue dada para mostrar que somos pecadores y que necesitamos un mediador, es decir, alguien que se coloque entre nosotros y Dios para poder ser aceptados por Él. Luego el apóstol Pablo continuó hablando en esta sección y dijo en el versículo 21, de este capítulo 3:

"Entonces, ¿la Ley contradice las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Porque si la Ley dada pudiera impartir vida, la justicia verdaderamente hubiera dependido de la Ley".

¿Está la ley en contra de las promesas de Dios? La expresión "de ninguna manera" es enfáticamente negativa. ¿Por qué? Si hubiera habido otra manera de salvar a los pecadores Dios habría utilizado esa forma. Si Él hubiera podido promulgar una ley por medio de la cual los pecadores pudieran salvarse, lo habría hecho. Y en el versículo 22, continuamos leyendo:

"Pero la Escritura declara que todo el mundo es prisionero del pecado, para que mediante la fe en Jesucristo lo prometido se les conceda a los que creen".

Hemos leído que la ley trajo la muerte. Dice en Ezequiel 18:20; "porque el alma que pecare ésa morirá". Y como el versículo que acabamos de leer dice que la Escritura dice que todos son prisioneros del pecado; por lo tanto, todos murieron. En consecuencia, lo que se necesita es la vida. Hemos visto que la ley trae la muerte, y eso es todo lo que puede hacer. No se trata en realidad del grado de pecado sino que el mero hecho del pecado nos trae la muerte. De ahí que todos estamos igualmente muertos, y padeciendo la misma necesidad. Puede que usted no haya cometido un pecado muy grande, pero usted y yo tenemos la misma naturaleza que aquellos que han cometido graves pecados. Fue Goethe, ese gran filósofo poeta alemán, considerado como una de las figuras más destacadas de la literatura mundial, quien dijo: "Yo nunca he visto cometer algún crimen que yo también no hubiera sido capaz de cometer". O sea que, él reconocía que tenía esa misma clase de naturaleza. Por tanto no es simplemente el grado del pecado, sino el mismo hecho de que somos pecadores lo que nos trae muerte.

ilustremos lo que queremos decir, de que es el hecho de la existencia del pecado, y no el grado, lo que cuenta. Supongamos que estamos en un edificio muy alto, digamos de 24 pisos de altura. Arriba, en la azotea de ese edificio se encuentran tres hombres. Y llega el capataz y les dice: "Tengan cuidado, no trabajen cerca del borde de la azotea porque podrían resbalar, caer al vacío y matarse. Uno de los hombres, pensando que el capataz está tratando de asustarles, hace caso omiso de la advertencia y al hacer un esfuerzo resbala, cae al vacío y se mata al golpearse contra el pavimento. Ahora, supongamos que ante ese grave accidente uno de los otros dos hombres que quedaron allá arriba pierde el control y al inclinarse por el mismo borde para mirar pierde el equilibrio y cae también al vacío, hallando la muerte al llegar abajo. Ahora, tenemos al tercer hombre; digamos que estaba siendo buscado por alguien que le perseguía por una venganza y sabiendo que trabajaba allí sube a la azotea, después de vigilarle se acerca y aprovechando su confusión le empuja haciéndole caer al vacío, causándole así la muerte. El resultado fue que los tres alcanzaron la muerte, habiendo caído al vacío por diversos motivos y circunstancias. Los tres fueron víctimas de la ley de la gravedad e inevitablemente encontraron la muerte, porque por su propia naturaleza humana limitada y débil, no podían superar la ley física de la gravedad. Es que se trata del hecho de haber caído al vacío quebrantando una ley física inexorable que afectaría a todas las personas que cayeran al vacío, independientemente del grado de las circunstancias que, en cada caso, provocaron los accidentes.

Ahora, la cuestión que puede surgir aquí es, si la ley de gravedad que los arrastró a la muerte, ¿puede acaso, darles vida ahora? Claro que no. No, no les puede dar vida. La ley, estimado oyente, no le puede dar vida a usted, así como ninguna ley natural puede darle a usted vida después de que usted la haya quebrantado. Así como en nuestra ilustración, nadie puede dar marcha atrás en el orden de los eventos y restaurar la primitiva situación de vida en la que se encontraban los tres hombres antes de caer al vacío, como puede hacerse al hacer retroceder los fotogramas de una película. En el ámbito espiritual sucede lo mismo, porque la muerte es el resultado final del pecado. La ley del pecado no contempla las circunstancias atenuantes. No contempla la posibilidad de ejercer misericordia ni de mostrar flexibilidad suavizando las circunstancias de la infracción. Es inexorable, inflexible e inmutable. Como dijimos antes mencionando el testimonio de la Palabra de Dios en Ezequiel 18:20; "el alma que peque, ésa morirá". Recordemos el episodio relatado en Génesis 2:17, cuando Dios les dijo a Adán y Eva: "pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás". Y en el libro de Éxodo, capítulo 34, versículo 7, dice: "de ningún modo tendrá por inocente al malvado". De modo que, todos, estimado oyente, todos los seres humanos hemos pecado, y de acuerdo con la ley, estamos condenados a muerte, estamos como muertos. Estamos viviendo una muerte anticipada. La ley nos ha dado muerte. El apóstol Pablo, en 2 Corintios 3:7 la llamó "el ministerio de muerte", es decir, el ministerio que causaba la muerte. Porque en el ámbito espiritual, la ley nos condena a todos a la muerte, al no poder alcanzar el nivel de vida que sus preceptos demandan.

¿Puede entonces dar vida la ley? Estimado oyente, eso es imposible. La ley no puede dar más vida que la que aquella caída al vacío por la ley de la gravedad podía dar al que había muerto como consecuencia de esa caída. El propósito de la ley no fue el de dar vida, porque fue dada para mostrarnos que delante de Dios, todos somos pecadores culpables.

Concluimos este párrafo citando nuevamente la declaración del versículo 22, que establecía que todos somos prisioneros, cautivos del pecado, para que quienes crean en Jesucristo puedan recibir lo que Dios ha prometido. Estamos examinando esta sección más detalladamente, como si fuera casi por un microscopio, porque explica un aspecto esencial del verdadero significado del Evangelio. Ahora, en el versículo 23, de este capítulo 3, de la epístola a los Gálatas, el autor dijo:

"Pero antes que llegara la fe, estábamos confinados bajo la Ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada".

La frase antes que llegara la fe se refiere, por supuesto, a la fe en el Señor Jesucristo, quien murió por nosotros.

O sea, que hasta que vino el Señor Jesucristo, la ley incluía a la misericordia porque establecía la existencia de un propiciatorio, que era la tapa del arca de la alianza, del pacto. Allí se encontraba el lugar donde Dios entraba en contacto con su pueblo para perdonarlo. La ley preveía que habría un altar donde se podrían ofrecer sacrificios por el pecado para obtener perdón, hallar la misericordia de Dios. Y todos aquellos sacrificios de la época de la ley señalaban a Cristo. Por ello el apóstol Pablo dijo que antes que llegara la época de la fe, estábamos guardados bajo la ley, encerrados en ella y bajo su custodia hasta que viniese esa fe que iba a ser revelada.

La fe que justifica estaba operativa en el Antiguo Testamento. Pero la fe en la persona y la obra de Cristo no vino hasta el momento en que fue específicamente revelada. Antes de ese momento histórico, los israelitas se encontraban bajo la custodia protectora de la Ley. De esa manera, Dios protegía a Su pueblo de los degradantes y malvados ritos paganos que practicaban los pueblos paganos que les rodeaban.

Queridos alumnos de l Escuela Dominical, invitamos a dar ese paso de fe, fe en la persona de Jesucristo como el Hijo de Dios, y en Su obra en la cruz ocupando el lugar de todos los pecadores y recibiendo el castigo que, de acuerdo con la Ley y la santidad de Dios les correspondía. Y al constatar históricamente que el ser humano era incapaz de agradar a Dios al no poder cumplir los preceptos o el nivel de vida que Dios requiere de sus hijos, podemos decir que al mirar por la fe a la obra de Cristo en la cruz, el pecador reconoce su impotencia y la inutilidad de sus esfuerzos humanos para convertirse en un hijo de Dios y, en consecuencia, se refugia en los méritos del sacrificio de Cristo, aceptando la gracia y la misericordia de Dios. Ése es el paso de fe, que usted mismo puede dar ahora, orando, hablando con Él, expresándose en sus propias palabras, para darle las gracias por haber sido alcanzado por el amor y la gracia de Dios.

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