TEXTO ENSEÑANZA: GALATAS 3:24-29
TEXTO DE MEMORIA: ROMANOS 5:1
Vamos a comenzar, leyendo el versículo 24, que dice lo siguiente:
"De manera que la Ley ha sido nuestro guía para llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe".
Pablo dejó bien aclarado que la Ley mosaica no podía salvar. Y en su epístola a los Romanos, capítulo 4, versículo 5, expresó con claridad lo siguiente: "pero al que no trabaja, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia". Dios rehusó aceptar las obras del ser humano para conceder la salvación. En el libro del profeta Isaías 64:6 hemos leído que la justicia del hombre era como trapos sucios a los ojos de Dios. Él no aceptó el guardar la Ley para obtener la salvación porque la Ley no podía salvar; sólo podía condenar. No fue dada para salvar a los pecadores sino para que ellos supieran que eran pecadores. No removía el pecado sino que lo revelaba, lo ponía en evidencia. No podía evitar que el ser humano pecara, porque el pecado ya había llegado a la raza humana. La ley demuestra que el hombre, en realidad, no es como algunos lo han presentado, como un pecador sofisticado, refinado, educado. Puede que lo parezca, pero a la hora de la verdad, en su estado natural, es un ser detestable, vulgar, injusto y sin ningún atractivo.
Quisiéramos utilizar una ilustración que puede ser de ayuda para aclarar el propósito de la ley como Palabra de Dios. Imaginemos por un momento que vamos al cuarto de baño de la casa, donde se encuentra el lavabo con su espejo en la parte superior. El lavabo tiene un propósito, así como el espejo también tiene su función. Cuando usted es consciente de haberse ensuciado la cara, usted va al cuarto de baño para remover la suciedad. Ahora, está claro que usted no utiliza el espejo para limpiar la suciedad. El espejo sólo le revela a usted la mancha en el rostro.
Sin embargo, en la actualidad hay muchas personas que están tratando de limpiar sus manchas con el simple contacto visual o físico con el espejo que es la ley de Dios, creyendo que de esa manera podrán limpiar dicha suciedad. Como usted puede darse cuenta, la Ley revela la condición real de la persona. La Palabra de Dios es el espejo que revela quienes somos, y lo que somos, es decir, que somos pecadores y que lo que somos nosotros, que somos pecadores que se encuentran fuera y lejos de la presencia gloriosa de Dios. Y esto es lo que revela la Ley de Dios. Pero gracias a Dios que debajo del espejo está el lavabo y es a él que uno recurre para lavar la mancha. Ello nos recuerda las palabras de Juan en el Apocalipsis, el último libro de la Biblia, en 1:5, palabras en las cuales se presenta a Jesucristo como "el que nos ama, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre". Así es como se remueve la mancha del pecado. Es la sangre de Jesucristo la que nos limpia. Así que la ley prueba que el ser humano es un pecador, pero no lo convierte en un santo, puro y limpio. Como dijo el apóstol Pablo en Romanos 3:19, la ley fue dada para que todo el mundo se calle y quede convicto bajo el juicio de Dios.
Ahora, notemos que en el versículo 24, se nos dice que la ley ha sido nuestro guía. ¿Qué es lo que quiere decir con esto de que la ley ha sido nuestro guía? Bueno, Pablo comenzó a explicar este término, así que leamos el versículo 25:
"Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo un guía"
La palabra en griego que se utiliza aquí para nuestro término guía es "paidagogus", que quiere decir, "el que cuida a los niños". En el hogar de los romanos en esa época, había ciertos esclavos o siervos que formaban parte del personal de la casa familiar. Aproximadamente, de unos 120 millones de habitantes, 60 millones eran esclavos. En el hogar de un patricio, de un miembro de la guardia pretoriana o en la casa de las personas adineradas, había esclavos que tenían a su cargo el cuidado de los niños. También, por ejemplo, tenían a otros siervos que estaban a cargo de las herramientas de la casa, el arado, de las carrozas, del ganado, y otros elementos. También había otro siervo que estaba a cargo de llevar las cuentas del dueño, los libros, los asuntos personales y del Banco, el dinero y cosas por el estilo. Cuando un niño nacía en esos hogares, era colocado bajo la custodia del siervo o esclavo que habría de criarle. Le proporcionaba la ropa limpia, le bañaba, y le reprendía o imponía un castigo cuando se lo merecía. Cuando el niño crecía y llegaba a la edad escolar, le levantaba por la mañana, le vestía y le llevaba a la escuela. De ahí proviene el término "paidagogos": "paid" se refería a los pies, de ahí viene nuestra palabra "pedal" y "agogos" que significa "guiar". La palabra griega describe de esta manera al esclavo que tomaba al niño de la mano, le conducía a la escuela, y se lo entregaba al maestro. Este siervo o esclavo, no era capaz de instruir al niño más allá de cierta edad, así que le conducía a la escuela.
Ahora bien, lo que Pablo estaba diciendo aquí era que la Ley era nuestro "paidagogos". Era como si la Ley hubiera dicho: "Mira niño, yo no puedo hacer nada más por ti. Así que quiero tomarte de la mano y llevarte a la cruz de Cristo. Tú estás perdido, y necesitas a un Salvador". Por ello decimos que el propósito de la Ley era el de conducir a los seres humanos a Cristo, y no para darles motivos para andar presumiendo por la vida de que obedecen los preceptos de la Ley de Dios. Usted sabe que no puede obedecer esos preceptos. Para llegar a esa conclusión todo lo que tiene que hacer para estar seguro de ello es examinarse a sí mismo íntimamente. Y llegamos ahora a otra sección maravillosa. No que la anterior no lo haya sido, sino que ésta es un poco diferente. En el versículo 26, de este capítulo 3, de la epístola a los Gálatas, leemos:
"Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos".
En lo que resta de este capítulo y en la primera parte del próximo capítulo, el capítulo 4, Pablo se disponía a mostrarnos algunos de los beneficios que recibimos al confiar en Cristo, y que nunca podríamos recibir bajo la Ley. En otras palabras, la ley nunca podía darle al creyente la naturaleza de un hijo de Dios. En cambio Cristo sí puede hacerlo. Sólo la fe en Cristo nos puede convertir en hijos de Dios.
Observemos esto por un momento. Pablo dijo: pues todos sois hijos de Dios. Sólo la fe en Cristo puede convertirnos en hijos legítimos de Dios. Y utilizó el término "legítimos" como énfasis, porque los únicos hijos que Dios tiene, son hijos legítimos. Uno se convierte en un verdadero hijo de Dios por la fe en Cristo, y eso es todo lo que se necesita para ello. La salvación no equivale a la fe y algo más. Sino que la fe, y nada más que la fe, le convierte a uno en un hijo de Dios. Nada más puede convertirle a alguien en un hijo de Dios. Y esto queda suficientemente claro en este versículo, que declara enfáticamente todos sois hijos de Dios ¿y cómo? por la fe en Cristo Jesús.
Un individuo israelita en el tiempo del Antiguo Testamento bajo la ley, nunca llegó a ser un hijo de Dios, sino sólo un siervo. Dios llamó a la nación de Israel "Su hijo" (lo podemos ver Éxodo 4:22), pero el individuo dentro de esa nación, colectivamente hablando, nunca fue llamado un hijo. Fue llamado un "siervo del Señor". Por ejemplo, Moisés tenía una relación muy íntima con Dios; sin embargo Dios dijo de él, según Josué 1:2, Mi siervo Moisés ha muerto. Ése fue su epitafio. También resaltamos el caso de David. Aunque David era un hombre del agrado de Dios, conforme a su corazón, Dios le llamó en 1 Reyes 11:38, mi siervo David.
Nosotros no habríamos podido cumplir con la ley, pero aun en el supuesto caso de que pudiera haberlo hecho, su justicia habría sido inferior a la justicia de Dios. Es que el carácter de ser un hijo Suyo requiere Su justicia. El Nuevo Testamento, sin lugar a dudas, nos dice en Juan 1:12: "Mas a todos los que le recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios". Se nos ha dado la "potestad" que equivale a la palabra griega "exousian", que significa "la autoridad", "el derecho" de ser hijos de Dios por hacer nada más que sencillamente confiar en Cristo. Un fariseo llamado Nicodemo, que era un hombre profundamente religioso, devoto de una religión dada por Dios aunque estuviera en decadencia, seguía meticulosamente la Ley y, sin embargo, aún no era un hijo de Dios. Porque Jesús le dijo, en Juan 3:7, "Os es necesario nacer de nuevo". Y en esto es necesario ser dogmático y claro. Ni sus oraciones, ni sus dones o capacidades, ni su bautismo, jamás le convertirá a usted en un hijo de Dios. Sólo la fe en Cristo le hará un hijo de Dios.
Permítanos hacer una declaración que creemos es muy necesaria. La herejía más condenable, que se haya propagado por este mundo, es la herejía de la "paternidad universal de Dios" y la "fraternidad universal del hombre". Los que la sustentan dicen que "todos somos hijos de Dios". Pero los que son hijos de Dios, deben actuar como hijos de Dios y resulta innegable que la conducta de los seres humanos en general y las condiciones de convivencia en el mundo actual desmienten semejantes creencias de paternidad universal y de fraternidad universal. Y si pensamos en la época de Jesús podemos recordar que Él nunca dijo nada semejante. En una ocasión, relatada en Juan 8:44, mirando a un grupo de líderes religiosos les dijo: "Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer". Y eso no le hemos dicho nosotros, sino una persona tierna y delicada como Jesús. Evidentemente, había personas en Su época que no eran hijos de Dios. Y pensamos que el diablo tiene aun hoy muchos hijos por el mundo. ¡Ciertamente, ellos no son hijos de Dios! La única forma en que usted, estimado oyente, puede convertirse en un hijo de Dios es por medio de la fe en Jesucristo. Sigamos adelante ahora, leyendo el versículo 27, de este capítulo 3, de la epístola a los Gálatas:
"Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos".
Ahora, esperamos que usted no esté pensando que este bautismo que aquí se menciona, es el bautismo por agua. El bautismo por agua es siempre un rito bautismal y creemos en ese rito con todo nuestro corazón. Creemos que cada creyente debe ser bautizado y debe ser bautizado por inmersión; porque la inmersión claramente ilustra al verdadero bautismo, que es el bautismo del Espíritu Santo, el bautismo que coloca o une a alguien al cuerpo de los creyentes. El apóstol Pablo dijo, en 1 Corintios 12.13, "13porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, tanto judíos como griegos, tanto esclavos como libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu". Eso quiere decir, que somos identificados, que estamos colocados en realidad y en verdad, en el cuerpo de los creyentes, que es la iglesia. Recordemos otra vez lo que dice este versículo 27, de este capítulo 3: "27pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos". Dios lo ve a usted en Cristo y por tanto, lo ve a usted completo, a la luz de la perfección de Cristo. Usted no puede agregar nada a eso. Ahora, el versículo 28 dice:
"Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús".
En este cuerpo de los creyentes no había ni judío ni griego. En Cristo no existen las barreras raciales. Cualquier persona que esté unida a Cristo es mi hermano o hermana, y no importa cuál sea el color de su piel; porque lo que me interesa es el color de su corazón. Sólo si estamos unidos a Cristo es que somos hechos uno. ¡Damos gracias a Dios por esa realidad y nos alegramos de recibir cartas de personas de todas las razas, respondiendo a los programas de radio y en nuestro diálogo con ellos, nos llamamos mutuamente hermanos! ¿Por qué? Porque somos uno al estar unidos a Cristo y vamos a estar juntos por toda la eternidad.
Y al leer la frase no hay esclavo ni libre pensamos en las posiciones a veces antagónicas entre los que representan al capital y a los trabajadores, y en las personas de todas las edades que son actualmente explotadas para que algunos reciban grandes beneficios económicos. Por supuesto, lo único que puede unir a unos y a otros es la persona de Cristo.
Y al finalizar el versículo 28 con la frase no hay hombre ni mujer, recordamos la violencia de género y la desigualdad de oportunidades laborales que en algunos sectores de la sociedad sufre la mujer. En este caso también, sólo el estar unidos a Cristo puede lograr la relación armónica entre los sexos.
Para terminar este capítulo 3 y finalizar nuestra lectura de hoy, leamos el versículo 29:
"Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa".
Ahora, ¿cómo podemos ser nosotros descendientes de Abraham? Por el hecho de que Abraham fue salvo por la fe, y nosotros somos salvos por la fe. Abraham presentó un pequeño animal como sacrificio, que señalaba al futuro, hacia la venida del Hijo de Dios, quien sería el sacrificio supremo. En nuestro tiempo, Cristo ya ha venido y puedo mirar hacia atrás en la historia y decir: "Hace más de dos mil años el hijo de Dios vino y murió por mí para que yo pudiera tener vida al confiar en Él". El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee, contaba que tuvo el privilegio de hablar a un grupo de judíos en cierta ocasión, y al comenzar su discurso dijo: "Para mí, siempre ha sido un privilegio el hablar a los hijos de Abraham", y al oír estas palabras, todos ellos sonrieron. Y luego, el Dr. McGee prosiguió diciendo: "Porque yo también soy un hijo de Abraham" y al decir esto, ellos ya no sonrieron más. En realidad, algunos de ellos tenían un gesto de pregunta dibujado en sus rostros y con razón. Es que si yo estoy unido a Cristo y usted también lo está, ambos pertenecemos a la descendencia de Abraham y somos herederos según la promesa. Y esto es algo maravilloso.
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